Al cesar lo que es del cesar y a Dios lo que es Dios.
Esta es una de las populares frases que Jesús pronuncio ante los fariseos. Jesús fue claro en sus palabras dividiendo los asuntos políticos (o de Estado) con los temas religiosos. Lamentablemente la historia muestra como la misma ha sido interpretada de forma diversas e incluso distorsionada. Las palabras son entendibles: Dos dominios separados, cada uno en su casa, es decir el sacerdote o pastor en el templo y el político en el congreso. Lo cierto es que en la actualidad se ha generado una confusión de papeles. Tanto el pastor habla como político y muchos políticos hablan como pastores, cada uno buscando colocar las frases bíblicas en pro de sus intereses.
Pero, ¿cómo surgió la relación entre la iglesia y el Estado? He aquí un poco de historia.
Los cristianos
estaban obligados a orar por el emperador, pero rechazaban el culto del
Estado y los sacrificios ante las imágenes de los dioses y de los césares.
Tras la época de las persecuciones la Iglesia alcanzó con la concesión de la
plena libertad de religión y de culto no sólo la paridad sino la primacía
sobre los demás cultos, gracias a los acuerdos que Licinio y Constantino
firmaron en Milán (313). Por razones de unidad política y por la necesidad de
armonía entre iglesia y Estado el emperador cristiano gobernó también, prolongando
en cierto modo la posición sacral de los primitivos emperadores paganos a los
obispos y la Iglesia. La idea de que la unidad del cristianismo y la unidad
del imperio se condicionaban mutuamente, tuvo su expresión en el hecho de que
los obispos asumieran funciones estatales y en la amplia asimilación de la
organización eclesiástica diocesana a las unidades administrativas existentes
en el imperio romano, así como en los privilegios estatales de la Iglesia y
del clero y en la intervención jurisdiccional del emperador cuantas veces
veía amenazada la ortodoxia y la unidad de la Iglesia (arrianismo, concilio
de Nicea 325). Frente a la pretensión creciente de soberanía estatal, que
representaba de algún modo una vuelta a las funciones del antiguo culto
romano del Estado, la Iglesia se vio en la necesidad de determinar la
correcta relación entre la competencia eclesiástica y la estatal, persuadida
de su propia autonomía y libertad, e igualmente de su vinculación a los
diversos órdenes profanos. Estas tentativas condujeron en Bizancio (era de Constantino),
tras la fundación de Constantinopla como la “segunda Roma”, a los principios
del dominio oriental sobre la Iglesia (teoría de la identificación), y, en el
imperio romano occidental, a la libertad de la Iglesia (teoría de la
diferenciación).
En el imperio
bizantino la unidad de Iglesia y Estado quedó asegurada bajo la soberanía del
emperador, cuya persona empezó por incorporarse a la jerarquía como sacerdos imperator, apareciendo después
como el soberano elevado a la esfera sacra en forma de basileus terrenal. Por
lo que respecta a las relaciones entre la Iglesia y el Estado en occidente,
fue decisiva la doctrina de “las dos espadas”, expuesta por el papa Gelasio i
(492-498) contra Bizancio, la cual iba a ser fundamental para toda la edad
media.
|
Esta relación ha provocado a lo largo del tiempo que se utilice la religión, para promover y justificar la política, o se ha utilizado la política para justificar y reforzar el poder espiritual. Incluso en El Salvador diferentes presidentes de la República, en sus discursos iniciales, manifiestan el “gobernar con la Biblia en la mano”. El último caso, se le atribuye al ex presidente Antonio saca y hoy candidato por la presidencia del 2014. En su discurso de lanzamiento de candidatura dijo, entre otras cosas, que de ganar las elecciones gobernaría “con la Constitución y con la Biblia”. Lo que sucede en estos casos, es que las figuras políticas recurren siempre a la manipulación del sentimiento religioso de las personas. Gobernar con la Biblia, sería entonces apegarse a los mandamientos de Moisés donde uno de ellos es “No robar”, pero quiénes de nuestros políticos no roban: “No jurar en falso”, son muchos los que prometieron grandes obras y no las cumplieron. Entonces si los gobernantes no se apegan a los principios bíblicos, porque seguir confundiendo a la religión con los partidos políticos y viceversa.
Los líderes religiosos se pronuncian públicamente sobre temas sociales, económicos y políticos y sus opiniones tienen peso. El problema es que tanto en la iglesia como el Estado se busca un interés propio. Puede ser que apoyaría a la iglesia cuando interviene en temas sociales, pero lo apoyaría de la manera que lo hizo Monseñor Oscar Arnulfo Romero, quien defendió a totalidad a los que sufrían violaciones de sus derechos como ciudadanos en el tiempo del conflicto armado en El Salvador.
En conclusión, se requiere una separación amistosa entre la Iglesia y el Estado, donde cada poder sea totalmente independiente en su propia esfera. La iglesia, como tal, no tiene nada que ver con el estado excepto en cuanto a obedecer sus leyes y fortalecer sus fundamentos morales; el estado no tiene nada que ver con la iglesia excepto en cuanto a protegerla en su propiedad y libertad; y el estado debe ser igualmente justo a todas las formas de creencia y no creencia que no pongan en peligro la seguridad pública.